La felicidad no es hacer lo que amas, sino amar lo que haces.
Nada realmente importante se adquiere sin tiempo y esfuerzo. En cambio, se aprende a amar algo mediante la repetición.
La disciplina como adquisición de habilidades
En general, nos gusta hacer aquello para lo que somos buenos. Pero para adquirir destreza o pericia en un campo, hace falta tiempo. Esta es la paradoja o lo que más a menudo ignoramos. Hemos aprendido a amar la mayoría de las cosas y olvidamos este hecho, por lo tanto, creemos que todas las cosas deben ser amadas o rechazadas por naturaleza. Esto es una trampa porque amar puede aprenderse.
¿Y el talento?
Tenemos ciertas predisposiciones para determinadas actividades. El cerebro humano está hecho de tal manera que tendrá o no ciertas afinidades para algunas áreas y una incapacidad para otras. Según Howard Gardner, existen 9 tipos de inteligencia (visual-espacial, lógico-matemática, musical, cinestésica, intrapersonal, interpersonal, naturalista, lingüística y existencial). Así pues, nacemos con cualidades que nos hacen mejores que otros en determinadas tareas y, en consecuencia, estamos predispuestos a que nos gusten más. Dicho esto, estas predisposiciones no eliminan el hecho de que podamos seguir desarrollando nuestras habilidades a lo largo de la vida y, por tanto, disfrutar igual de las cosas nuevas.
Una vida sin disciplina
¿Qué ocurre cuando eliminamos la disciplina de nuestras vidas? Pues que cedemos a nuestras inclinaciones e instintos. El cuerpo no es disciplinado por naturaleza, querrá satisfacer sus deseos sin tener en cuenta la moralidad o la justicia. Cuando el cuerpo domina, perdemos nuestra dignidad y no hay felicidad duradera sin dignidad.
Los frutos de la disciplina
El bienestar no es el primer fruto de la disciplina. En primer lugar, ganamos autoestima. Cuando nuestra mente toma el control del cuerpo y consigue que éste rinda: buen trabajo, superando los límites de su capacidad, etc., segregamos serotonina y ganamos confianza. Cuando ganamos confianza, miramos el mundo y el futuro con optimismo y, por lo tanto, somos más felices.
La disciplina da intensidad a nuestro tiempo
Debemos vivir el momento. La disciplina nos permite crear una intensidad en lo que hacemos y podemos entrar más fácilmente en un estado psíquico llamado flujo que nos hace perder la conciencia del tiempo.
La felicidad es un estado de conciencia
La felicidad se construye en el “ser” y no en el “tener”. La disciplina nos permite transformar nuestro ser. A través de la repetición, la disciplina nos permite imprimir nuevas imágenes profundas en nuestro carácter, acabamos convirtiéndonos en lo que hacemos. Es porque el “hacer” condiciona el “ser” que la disciplina es un elemento clave de la felicidad.
No hay razón para ser feliz
La felicidad es una consecuencia involuntaria de los esfuerzos que realizamos. Algunas cosas sólo se consiguen por el trabajo que uno pone en ello, sin ni siquiera habérselo buscado. Por ejemplo, si haces deporte, sientes cierto dolor al realizar los ejercicios. Sin embargo, al final del entrenamiento, sientes una liberación porque tu cuerpo libera serotonina. Se trata de una consecuencia directa e inicialmente involuntaria (los deportistas aficionados no son conscientes de este hecho al principio). Lo mismo ocurre con la felicidad que se puede alcanzar en la vida. No debemos tratar necesariamente de hacer lo que nos gusta, sino hacer las cosas con buena intención y lo más probable es que obtengamos satisfacción de ello.
La disciplina se aprende
Todas las cosas buenas se pueden aprender, y la disciplina no es una excepción a esta ley. Nacemos indisciplinados pero curiosos, sólo necesitamos canalizar esa curiosidad en algo que nos permita crecer. Repetir la misma actividad todos los días cablea nuestro cerebro de alguna manera. Elegir las actividades básicas adecuadas es el camino hacia una vida plena. Todo nuestro bienestar depende de cómo esté conectado nuestro cerebro.